lunes, 29 de agosto de 2011

Relato: Carne de cañón

Lamarth se quitó el puntiagudo casco y se pasó la mano por el bien peinado cabello. Éste terminaba en una prieta cola de caballo, que caía por su espalda hasta la mitad de la impoluta cota de malla que la cubría. Volvió a cubrirse la cabeza y sonrió, cargando el peso de su cuerpo sobre la lanza que sostenía en posición vertical. Le bastó un vistazo al campo de batalla para sentirse aún más seguro, ya que la acción se encontraba a bastante distancia. Su situación privilegiada sobre una pequeña colina le permitía ver a sus compatriotas elfos oscuros desplegados en una delgada línea púrpura a lo largo del campo: el férreo centro formado por la afamada Guardia negra, un pequeño destacamento de verdugos y un par de unidades de guerreros con lanza, como él mismo. Su orgulloso general, Maligor, montaba un gélido de aspecto cruel en medio de aquel caos, mientras ordenaba a las unidades de caballería ligera y exploradores que iniciasen movimientos de flanqueo. Una furiosa hidra bramaba en segunda línea, tratando de romper las cadenas de sus cuidadores para entregarse a un frenesí de sangre. En su conjunto, el espectáculo era imponente y sentía incluso lástima por aquellos tristes incursores del Caos que habían puesto pie en las costas de su sagrado territorio de Naggaroth.
- Les vamos a dar de lo lindo - dijo Khaleut. Lamarth lo miró de reojo, mientras el joven sonreía con crueldad. Estaba a su lado en la fila, sujetando su lanza con orgullo. No es que su cometido fuese lo más heroico del mundo, claro, pero como elfo oscuro, se tomaba sus órdenes con fanatismo inusitado.
Protegerle el culo a la hechicera, eso es lo que hacían. Un puñado de lanceros destacados como escolta y protección de la sacerdotisa de Khaine, una criatura sensual, libidinosa, cruel y chiflada que en ese momento se encontraba agazapada detrás de un árbol caído, casi a cuatro patas, observando el campo de batalla como un depredador al acecho, olisqueando el aire en busca del más leve rastro de la sangre de su presa. Su cuerpo podía ser objeto de deseo a primera vista, ya que su piel era clara como el marfil y sus curvas rotundas, además de hacer poco por ocultarlas con aquella especie de biquini de cota de malla medio roto y una capa morada que siempre llevaba abierta. Pero también estaban los pequeños detalles: las uñas afiladas como agujas, los dientes, serrados en un cruel ritual para ser más afilados aún que las uñas, las cicatrices horribles que cruzaban su estómago, cara y brazos, producto sin duda de otros rituales sagrados más repugnantes todavía. Y la sangre seca que arrollaba por su mentón, tras haber ingerido una gran copa de dicho líquido en los altares de Khaine antes de la batalla. No es que Lamarth no estuviese dispuesto a darle un buen revolcón, pero desde luego era una criatura que ponía los pelos de punta.

- Y espera a que nuestra querida hechicera empiece a soltar rayos - respondió Lamarth mientras lanzaba un escupitajo al suelo -. Eso sí va a ser espectacular.
Como si le hubiese escuchado desde su posición, la sacerdotisa de Khaine se irguió como un águila sobre el campo de batalla, con los brazos extendidos y una mirada de odio que barrió la llanura en busca de su desprevenida presa. Se quedó rígida durante un instante, como si algún poder superior la hubiese petrificado, para después empezar a entonar una letanía con una voz dura e inclemente como dos rocas chocando ladera abajo. Extendió uno de sus brazos y, mientras terminaba la invocación con un ladrido cruel, su mano se curvó hacia arriba en un rictus extraño, como si fuese una garra momificada. Como respuesta, unos tentáculos negros empezaron a brotar bajo los pies de un regimiento de guerreros del Caos que mantenía el centro de la línea.
- Mira, su mago intenta contrarrestar la poderosa magia de Khaine - observó Khaleut con un gesto del mentón, sin soltar la lanza.
Lamarth desvió la vista del hipnótico espectáculo de la sacerdotisa medio desnuda invocando la furia desatada de los Vientos de la magia, y siguió con la mirada la dirección del gesto de su compañero. Una figura jorobada y deforme, tapada con una gruesa capa de pieles mohosas y que sujetaba un báculo tan retorcido como su espalda, hacía frenéticos gestos arcanos en dirección a la unidad afectada por la magia oscura. Durante un instante pareció que iba a lograr disipar los tentáculos negros, pero finalmente se llevó las manos a la cabeza como si hubiese sentido un dolor repentino, y los zarcillos arcanos envolvieron a varios guerreros del Caos llevándoselos al olvido eterno. Lamarth no pudo reprimir una sonora carcajada y palmeó la espalda de Khaleut, que también sonrió con crueldad.
- ¡Chúpate esa, engendro del Caos! - gritó el lancero elfo oscuro. Giró la cabeza con una mirada parecida al orgullo hacia su hechicera, que seguía de pie sobre la colina. En sus manos había aparecido una daga curva, que chorreaba sangre; algún ritual que haría que apareciese una nueva cicatriz en su pálida piel, sin duda. Con un gesto triunfante, la bruja inició un nuevo cántico que sonó como el sisear de mil serpientes, extendiéndose por el interior de la cabeza de todos los presentes. Su boca se abrió hasta límites imposibles al finalizar su conjuro, emitiendo un chillido ultrasónico que envió una onda de choque colina abajo. Lamarth pudo ver con claridad la distorsión del aire a medida que la magia ganaba fuerza e impulso, directa hacia unos caballeros del Caos que se habían separado del núcleo de su ejército. De pronto, el infame chamán de las hordas incursoras levantó una mano y la onda de choque se detuvo en el acto, como si una voluntad mayor la hubiese frenado en seco. Lamarth fue consciente del grito de frustración de su hechicera, que renovó los cánticos con más fuerza; con éxito, ya que de nuevo la defensa del chamán fue inútil. La onda sónica alcanzó a los caballeros y derribó a un par de ellos, con sus huesos molidos dentro de sus armadures. Una ovación surgió de las filas de los lanceros que acompañaban a la hechicera.

- ¿Dónde están Maulith y Marbeg? - preguntó Khaleut dándole un ligero codazo a su compañero de armas. Lamarth se giró hacia su derecha, donde estaban situados ambos hombres, pero vio que, efectivamente, faltaban de sus puestos. La hechicera había caído de rodillas y rezaba, exhausta, con los brazos abiertos, la cabeza desplomada sobre su pecho y los ojos cerrados.
- No sé. Habrán ido a mear detrás de aquellos setos- contestó con un encogimiento de hombros.
- ¿Y le han pedido permiso a la hechicera? No sé que es peor, ausentarse sin su permiso, o molestarla mientras teje su magia...
- Yo qué sé. Ni que fuese su hermano mayor.
Khaleut se encogió también de hombros y echó mano a una pequeña cantimplora que llevaba al cinto. Sacó el tapón, limpió la boquilla y se regaló un largo trago. Soltó un sonoro suspiro de satisfacción y se la ofreció a Lamarth.
- ¿Un trago?
Su compañero miró la cantimplora con suspicacia, como si fuese una víbora a punto de saltar.
- ¿Qué es?
- Sangre de enano, aún caliente.
Lamarth alzó una ceja, sorprendido, y cogió la cantimplora. La olisqueó, miró en su interior con un ojo cerrado y luego le dio un trago de prueba. Deliciosa. Bebió más.
- Cómo te cuidas, cabrón - dijo al terminar, devolviéndole la cantimplora a su colega.
- Mi familia tiene varios cautivos enanos en las catacumbas, de los que extraemos estos manjares para uso personal. Las cantimploras térmicas, un invento de un tío mío que se dedica a explorar el gélido norte, mantienen la sangre a temperatura óptima.
- Interesante, muy interesante - respondió Lamarth con una mueca de aprobación, mientras asentía con la cabeza.
Una explosión en el campo de batalla llamó su atención. Al mirar, vieron un regimiento de bárbaros peludos y piojosos siendo pasto de las llamas, unas lenguas de fuego oscuro y tenebroso, pero que parecían quemar tanto como las de verdad. Los bárbaros fueron presa del pánico y rompieron filas, ardiendo como antorchas y sin dejar de manotear mientras corrían en todas direcciones. Los dos elfos oscuros empezaron a carcajearse, doblados de la risa mientras se palmeaban los muslos. Antes de poder siquiera regodearse con el espectáculo, más tentáculos brotaron de nuevo bajo los blindados guerreros del Caos. El chamán alzó sus brazos e inició nuevos gestos místicos para contrarrestarlos, pero todo fue en vano; cayó de rodillas, vencido por la potencia de la magia elfa oscura, y más guerreros fueron arrastrados a su muerte por los zarcillos místicos.

Cuando Lamarth se volvió para mirar a su hechicera, que sonreía como una loca mientras se relamía los afilados dientes, vio que dos lanceros elfos oscuros yacían en el suelo, sobre sendos charcos de su propia sangre.
- ¡Maldita sea! ¡Estamos al alcance de los arcos de esos puercos! - gritó Lamarth.
- No veo arqueros entre sus filas, ni suelen usar esas armas...
- Será cosa de magia, pues. El chamán querrá vengarse de nuestra sacerdotisa.
- ¡Proteged a la hechicera! - bramó Khaleut, bajándose el visor de su casco y acercándose varios pasos hacia la bruja -. Estamos demasiado expuestos en este alto.
- ¡Mi señora, retiraos del borde! - dijo Lamarth mientras se acercaba también hacia la sacerdotisa y extendía un brazo para tirar de ella hacia atrás. Cuando su mano se cerró sobre el brazo de la mujer, tuvo un respingo al sentir el gélido frío de la tumba. La piel era tan pálida como el mármol, y el tacto desde luego no hacía más que confirmar dicha impresión: era como rozar la lápida de un mausoleo. El lancero dudó, pero mantuvo su agarre firme, lo cual le valió un bofetón del revés. La sacerdotisa, con su mano libre, acababa de cruzarle la cara con violencia.
- ¡No me toques, esclavo! - susurró con una voz rasposa y gutural, como el gemido moribundo de un gélido -. No te atrevas, ¡jamás!
Lamarth, con su orgullo más herido que su cara, se frotó la mejilla dolorida y miró fijamente a la sacerdotisa durante un instante. El rostro de la bruja era una máscara de odio genuino, con sus duros rasgos afilados contraídos en una mueca odiosa, los dientes afilados al descubierto, los ojos desorbitados, las venas de su cuello palpitando como gusanos rosáceos bajo su piel blanca. Entonces se dio cuenta de que aún estaba sujetando su brazo y lo soltó al instante. Bajando la mirada, se giró y mientras se alejaba masculló por lo bajo: "Pues que te den, bruja de mierda". Él provenía de una familia acomodada, no de la miserable casta esclava. Era un ciudadano libre de Naggaroth, un orgulloso soldado de sus ejércitos, y nadie tenía derecho a llamarlo esclavo. Por suerte, la sacerdotisa no pareció escuchar su "despedida", enfrascada de nuevo en el devenir de la batalla. El lancero resopló con alivio y le hizo un gesto a Khaleut para que volviese a su puesto.

Molesto y todavía rezongando por lo bajo, Lamarth arrojó su lanza al suelo al llegar a su puesto y se sentó sobre una piedra. Khaleut se acercó y se sentó también a su lado.
- ¿Qué le pasa a la loca esa?
- Pues precisamente eso, que está como una puta cabra. Pues vale, yo me voy a quedar aquí sentado, tranquilamente, mientras a ella le convierten el coño en un acerico.
- Cuidado, no digas eso muy a la ligera. Sabe Khaine quién puede estar escuchando.
- Me importa un huevo. ¡Me ha llamado esclavo, a mí! ¡Bruja asquerosa!
- No sigas, que nos buscas un buen lío. Toma, echa un trago de buena sangre enana. - Lamarth aceptó la cantimplora y bebió, agradecido. Los ruidos del campo de batalla les llegaban apagados y lejanos. Khaleut cogió una pequeña piedra del suelo y la lanzó colina abajo, con un gesto despreocupado -. A esta batalla no le queda mucho. Pronto volveremos a casa y nos emborracharemos a gusto.
Su compañero asintió con la cabeza, mostrándose de acuerdo, aún con la vista fija en el horizonte, sumido en otros pensamientos más sombríos. Un rayo relampagueante salió de lo alto de la colina y cayó en medio de un grupo de ogros mutados, mercenarios que luchaban bajo el pabellón de los incursores del Caos. A uno de ellos se le erizó el cabello de golpe, y echó un hilillo de humo como una hoguera mal apagada, pero aparte de eso no ocurrió mucho más. Hasta sus oídos llegó con claridad el grito de frustración de la hechicera, que a continuación gritó: "¡Más poder, necesito más poder! ¡Khaine!".
- Yo sí que te iba a dar poder... - masculló Lamarth mirando de reojo a la sacerdotisa... tras lo cual su sangre se le heló en las venas.

La hechicera elfa oscura se había vuelto hacia los demás lanceros, sonriendo con lascivia y con los brazos abiertos y las manos convertidas en garras. Se acercaba casi por detrás, sin llamar la atención de los desprevenidos guerreros, que contemplaban la batalla desde su posición privilegiada. Antes de que Lamarth pudiese moverse o pronunciar palabra, la demoníaca mujer saltó sobre la espalda del soldado más cercano y clavó sus dientes como agujas en el cuello del desdichado. Ambos se desplomaron sin emitir sonido alguno, al menos no audible con el rugir de fondo de la batalla. La elfa siguió ensañándose con el cadáver, arrancando trozos de su cuello a mordiscos y desgarrando su cota de malla y pecho con las uñas. Con una mirada demente y un aullido de triunfo, hundió su mano derecha en el pecho del muerto y, con un tirón salvaje y un sonido de succión asqueroso, extrajo el corazón aún cálido de su víctima. Alzándolo sobre su cabeza, entonó un siniestro cántico de alabanza a Khaine y señaló hacia el campo de batalla, mientras cerraba los ojos y su cuerpo se convulsionaba por espasmos incontrolables. Al terminar su magia, el corazón quedó envuelto en una llamarada negra de origen sobrenatural, se desvaneció de su mano y un nuevo rayo relampagueante surcó el cielo hacia el campo de batalla. Impactando con gran precisión sobre la unidad de ogros, esta vez dos de ellos se tambalearon y cayeron con grandes boquetes humeantes en sus pechos. La sacerdotisa profirió un sádico grito de triunfo.

Lamarth se levantó como un resorte, resistiéndose aún a lo que acababa de ver. Señaló a la hechicera y tartamudeó en dirección a Khaleut. El otro lancero no se había enterado de nada, enfrascado en sus propios pensamientos y contemplando la batalla.
- ¡Khaleut! ¡Tu lanza! ¡Coge tu lanza!
- ¿Qué ocurre, Lamarth? ¿Ves enemigos cerca?
- ¡Muy cerca, joder, muy cerca! ¡La puta sacerdotisa chiflada ha matado a Valadar, le ha sacado el corazón y lo ha usado para potenciar su magia!
- ¿De qué estás hablando? Venga, hombre, no delires.
- ¡Mírala, coño, mírala! ¿No ves nada anormal?
- Es una hechicera elfa oscura. Normal, normal no es. Ojos desorbitados, garras afiladas, tetas al aire, sangre a raudales...
- ¡Sangre fresca, chaval, sangre fresca! ¿De dónde ha salido? ¿De quién?
Khaleut miró a su compañero, miró a la elfa bruja y, sin estar convencido del todo, por si acaso cogió su lanza del suelo y la agarró con fuerza.
- ¿Han vuelto Maulith y Marbeg de mear? - preguntó Lamarth.
- Yo no los he visto.
- La ostia, la ostia. Nos han vendido, camarada. No somos sus guardaespaldas, somos su equipo de batalla. Nos está empleando como sacrificios vivientes para su magia.
- Creo que te estás precipitando un poco, Lamarth. Usar a las propias tropas como carne de cañón en una batalla, por obtener poder arcano potenciado, sería algo propio de...
- ¿Elfos oscuros?
- Mierda, compañero -. Khaleut inclinó su lanza en dirección a la hechicera, afianzando sus pies en el suelo como si se preparase para recibir una carga de caballería. Lamarth lo imitó.
- ¿Avisamos a los demás?
- ¿Qué demás? Mira alrededor. Los ha matado a todos.
Khaleut echó un vistazo y vio que era cierto. Tres o cuatro cadáveres estaban a la vista, sobre un mar de sangre que ya empezaba a filtrarse en la tierra, pero seguro que había varios más ocultos, tras los setos o arrojados por la pendiente de la colina. La bruja llevaba alimentándose de ellos desde el principio de la batalla. Y ahora se había fijado en ellos. Con una sonrisa a la vez sádica y sensual, echó a andar en su dirección con un suave contoneo de caderas. Su mano izquierda señaló hacia ellos y les hizo un gesto para que se acercasen.
- Intenta hechizarnos, Khaleut. ¡No le mires a los ojos!
- ¿Y a las tetas?
- ¡No la mires, coño!
Lamarth vio que la resolución de su compañero flaqueaba. La punta de la lanza descenció un poco, la tensión de sus brazos se relajó. Intentó agarrarlo por un brazo, pero Khaleut ya había dado un par de pasos en dirección a la bruja. Cuando ésta lo alcanzó, la lanza ya había caído de sus dedos inertes y sonreía como un idiota, embelesado por la belleza indómita de la presencia semidesnuda de la hechicera.
- ¡Khaleut, imbécil! ¡Resiste!
La sacerdotisa sacó su larga lengua y lamió con lascivia el cuello del lancero, que ahora estaba por completo a su merced. Con una mano le acarició el pelo, mientras que con la otra le repasaba suavemente la línea de la mandíbula. Y entonces guiñó el ojo en dirección a Lamarth, mientras soltaba un tremendo tajo con su mano diestra y le abría la garganta de lado a lado a su desdichado compañero. El desgraciado murió con una sonrisa en los labios, sin darse cuenta de que la vida se le escapaba a borbotones por el cuello desgarrado. La bruja acompañó al cuerpo inerte mientras se desplomaba al suelo, y bebió con avidez de la fuente escarlata que manaba de él. Luego alzó la vista y miró a Lamarth aún con hambre en sus ojos, siempre con hambre. Se levantó lentamente, regocijándose en cada uno de sus movimientos.
- ¡Hija de puta de mierda! - Lamarth acompañó su piropo con el lanzamiento de su lanza, que se clavó profundamente entre los pechos de la sacerdotisa. La fuerza del impacto la arrojó de espaldas. La respiración del lancero era pesada y entrecortada. Presa del shock, se dejó caer sobre una rodilla, se quitó el casco de un manotazo y empezó a secarse el sudor de la cara con el dorso de la mano.

Cuando recuperó la regularidad en su respiración, volvió a ponerse el casco y se levantó. Sus compañeros estaban muertos y él mismo había acabado con la vida de una sacerdotisa del culto a Khaine. Su propia existencia no valdría una mierda si esto se sabía en Naggaroth, así que tenía que calcular muy bien lo que iba a contar. Pensó en recuperar su lanza, pero no se atrevió a acercarse al cadáver de la hechicera. Cogió la que había pertenecido a Khaleut, allí donde el muy idiota la había soltado. Luego se acordó de otra cosa. Se acercó al cuerpo de su antiguo camarada, le cogió la cantimplora del cinturón, la destapó y echó un largo trago de buena y reconfortante sangre enana.
- A la salud de tu tío, compañero - brindó Lamarth, haciendo un gesto en dirección al desangrado cadáver.
Miró hacia el campo de batalla, donde los últimos focos de resistencia caótica se habían convertido en aperitivo para la hidra, se colgó la cantimplora del cinturón y empezó a descender la colina, mientras meditaba sobre la historia que iba a contar cuando tuviese que presentar su informe.

Un relato inspirado en una de las múltiples batallas de Isra con sus Elfos Oscuros, en las que casi siempre lleva una hechicera elfa oscura dentro de una unidad de ballesteros o lanceros. La maga va equipada con una daga de sacrificios que le permite ejecutar a un miembro de su unidad para obtener un dado de energía adicional en las fases de magia, que no duda en utilizar con salvaje alegría hasta diezmar a sus propias tropas más que el enemigo.

by Kushtar

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